Aprovechando los días festivos, tuve oportunidad de ver King Kong, dirigida por Peter Jackson, con las actuaciones de Naomi Watts, Adrien Brody, Jack Black, entre otros.
Como muchos deben saber, el argumento es básicamente el mismo que el de la cinta original de 1933.
La historia nos cuenta de un cineasta (Black) que ansioso por firmar un verdadero éxito, reúne una expedición que intentará llegar vía marítima a la inexplorada Isla Calavera.
Valiéndose de un mapa secreto, zarparan acompañados del guionista teatral Driscoll (Brody) y la joven actriz Ann Darrow (Naomi Watts).
Sin embargo, el sitio que todos pensaban desolado resulta ser un hábitat salvaje, repleto de aborígenes y seres prehistóricos; entre ellos, un reverenciado simio gigante llamado Kong.
Como han de suponer, la bestia queda fascinada con Ann, de quien se apodera y a la que defiende de otras gigantescas fieras en el salvaje sitio.
Pero finalmente Ann es rescatada y Kong es capturado por la expedición y llevado a Nueva York para ser exhibido… con el fatal desenlace conocido.
Ambientada en la gran depresión norteamericana, destaca la bien llevada relación que surge entre el simio y la protagonista, además del desprecio por la naturaleza del cineasta (Black) en busca de beneficio económico.
Eso sí, Peter Jackson pudo quitar sin ningún inconveniente al menos 30 minutos de los excesivos 187 de duración de la película sin llegar a perder la esencia que es en verdad buena.
Ya que existirán historias que requieran de tres o más horas de filmación para ser relatadas, El Señor de los Anillos una de ellas, pero King Kong no.
Sin embargo, es casi imposible no identificarse con el mono que el equipo de Jackson hizo tan expresivo y amenazante, logrando que muchos críticos aseveren que es él el verdadero merecedor de un Oscar.
Lo que en resumen nos trae un film bastante bueno, sobretodo en compañía de amigos con los cuales criticar los excesos y alabar los aciertos. ¡Disfútenlo!
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