En estos días en los que el mundo entero se encuentra de luto, la vida nos pide que tengamos fe. Fe en el mañana, que siempre anhelamos sea mejor que el presente.
Y es que ahora que ese gran hombre, Juan Pablo II, símbolo universal de la esperanza, nos falta, uno se percata del gran efecto que ésta tiene en el pueblo peruano.
Caemos en cuenta de la necesidad que tenemos de consuelo y de aliento, en un mundo moderno de formación científica lleno de prejuicios contra todo lo que no es verificable y comprobable.
Ahora que nos bombardean con desolación y desconfianza. Ahora que los medios, sólo nos muestran la miseria y el sentimiento de abandono que se apodera de todos.
Siendo tal vez imposible creer que existan aquellos que no crean más que en ellos mismos. Logrando justificar ahí que muchas esperanzas se cifren en vivir el mayor tiempo posible, lo más cómodamente posible, caiga quien caiga sin respeto ni pena por lo que algún hermano pueda estar sufriendo en algún precario rincón olvidado del país.
Pero aunque sea difícil de creer, aún se pueden soñar con bendiciones futuras. Logramos advertir que la fé nos mantiene en pie en los momentos de oscuridad. Reparamos que la religión, la fé, Dios y toda realidad verdaderamente religiosa, no es la última parte de la realidad en sí, ni de la explicación que descubrimos y construimos con las ciencias.
En estos días, sólo nos resta tomar la mano de quien se mantiene a nuestro lado, sea nuestro padre, hermano o amigo y decir gracias, porque en mi calidad de humano lo único que jamás me permitiré perder es la fe. Porque aún en mis momentos peores, lograré afianzarme y esbozar una sonrisa...